En una tarde envuelta en el tenue resplandor de las farolas de la Gran Vía de Granada, el poeta Raúl Ximénez cruzó la calle con paso firme. La invitación a aquel encuentro no había sido casual: quince almas, convocadas por el eco de una misma frecuencia, esperaban en el centro socio-cultural, un espacio de paredes desnudas y luces cálidas donde las palabras tejían arquitecturas invisibles.
Raúl entró sin titubeos. Los asistentes, denominados "personas chakra", se acomodaban en círculo, cada uno un vértice de un equilibrio intangible. Sin preámbulos, el poeta, a la vieja usanza, tomó una tiza blanca y avanzó hacia la pizarra que dominaba el espacio como un umbral hacia el conocimiento. La línea de su pensamiento pronto encontró forma en el trazo inicial: un cuadrado amplio, definido, como la estructura misma del universo en el que habitaban.
Con precisión casi ritual, dividió el cuadrado en cuatro cuadrantes, estableciendo un mapa de fuerzas. Luego, comenzó a nombrarlos, otorgando a cada segmento una identidad que resonaba con las heridas y máscaras del mundo contemporáneo:
Cuadrante #1 (inferior izquierdo): "Herida analógica"
Cuadrante #2 (inferior derecho): "Herida digital"
Cuadrante #3 (superior derecho): "Máscara digital"
Cuadrante #4 (superior izquierdo):"Máscara analógica"
La tiza crujió al contacto con la superficie mientras la primera diagonal surgía, trazando un puente invisible entre el cuadrante superior izquierdo y el inferior derecho. Como respuesta a su propia geometría, otra diagonal emergió, conectando el cuadrante inferior izquierdo con el superior derecho. El cuadrado inicial se había fragmentado en ocho subcuadrantes, como células que replicaban un orden secreto.
Raúl giró sobre sus talones y contempló la figura creada. Un silencio se extendió, y en aquel instante, los asistentes no vieron líneas, sino caminos; no vieron trazos, sino rutas energéticas. Luego, ubicó la manifestación del día: siendo viernes, con chakra digital y dentro de la franja horaria yin (al ser las siete de la tarde), quedaba localizado en el cuadrante #3, el de la "Máscara digital" . Esto significaba que también correspondía una interacción con la máscara de injusticia en conexión con la tercera ley del espejo.
El poeta dejó la tiza sobre el borde de la pizarra y, con voz profunda, comenzó a recitar versos en los que el espacio, el tiempo y la conexión entre los seres se entrelazaban en una danza invisible. Aquel cuadrado, aquella figura partida en ocho, no era solo una construcción; era una puerta. Y ellos, en su reunión, habían sido convocados para cruzarla.
El Geómetra de las Energías: Reflexión y Transformación
Raúl Ximénez observó los cuadrantes con detenimiento, su mirada recorriendo los trazos geométricos que ahora se habían convertido en mapas de conciencia. Las etiquetas inscritas en cada segmento no eran meros nombres: representaban heridas y máscaras que cada uno de los presentes llevaba consigo, consciente o inconscientemente.
Respiró hondo y, con voz pausada, los invitó a experimentar un tránsito interno. “Vamos a recorrer el cuadrado,” dijo. “Cada paso será una oportunidad para vernos a través de la ley del espejo correspondiente. Si desean avanzar, deben observarse en el reflejo de cada cuadrante.”
Los asistentes comenzaron el movimiento, trasladándose al Cuadrante #1: Herida analógica.
Primera Ley del Espejo: "Todo lo que me molesta, irrita o quiero cambiar en el otro, es algo que yo llevo dentro." Raúl les pidió que identificaran aquello que les generaba rechazo en los demás, y en silencio, enfrentaran la posibilidad de que aquello también habitaba dentro de ellos. Algunas miradas inquietas recorrieron el círculo, mientras algunos participantes bajaban la vista, reflexionando sobre el peso de esta revelación.
Luego, guiados por el poeta, se trasladaron al Cuadrante #2: Herida digital.
Segunda Ley del Espejo: "Todo lo que el otro me critica o me juzga, si me afecta, es porque en el fondo yo también me lo critico." En este espacio, Raúl los instó a pensar en los juicios externos que más los habían herido. “Si algo de esto te afecta,” dijo, “es porque hay un rincón de tu ser que aún lo cree cierto.” Algunos asistentes cerraron los ojos, dejándose llevar por el ejercicio, explorando las raíces de su propia autopercepción.
El tránsito los llevó entonces al Cuadrante #3: Máscara digital, donde desde un inicio se había localizado la manifestación de la jornada.
Tercera Ley del Espejo: "Todo lo que el otro me critica, juzga o quiere cambiar en mí, sin afectarme, es su propia proyección." Aquí, la perspectiva cambió: si algo no resonaba dentro de ellos, quizás no les pertenecía. “No todo juicio es personal,” les recordó Raúl. “A veces, lo que otros ven en ti no habla de tu verdad, sino de la suya.”
Finalmente, llegaron al Cuadrante #4: Máscara analógica.
Cuarta Ley del Espejo: "Todo lo que me gusta del otro, también está dentro de mí." Era el cierre perfecto. Lo positivo que veían en los demás no era casualidad, sino reflejo de lo que ya existía en su interior. Raúl sonrió al ver que, por primera vez en la sesión, los asistentes intercambiaban miradas de complicidad, reconociendo en sí mismos las luces que tanto admiraban en los otros.
Silencio.
El cuadrado estaba recorrido, las energías agitadas pero equilibradas. Algunos asistentes se miraban con una expresión nueva, como si hubieran cruzado un umbral invisible. Raúl dejó la tiza a un lado y dijo: “Cada cuadrante nos ha mostrado un espejo. Lo que hacemos con este reflejo depende solo de nosotros.”

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