Era un Domingo marcado por la sutil resonancia del chakra Corona 7.0, un vórtice de energía que se manifestaba en la reunión de ocho almas en la Carrera de la Virgen de las Angustias. La atmósfera era densa, cargada de una espiritualidad latente, apenas contenida por las máscaras de desconexión espiritual que cada participante portaba.
Raúl Ximénez, el poeta y cartógrafo del proceso, observaba en silencio mientras el grupo se disponía en formación, conscientes de que el rango horario yin (6 pm) los situaba en el Cuadrante#4: el cruce de “Personas” y “Sistema”. La combinación de estos estados exigía una exploración más allá de la emisión pura—se debía complementar el Yang del chakra Corona con su contraparte Yin: el antichakra Corona 7.0.
La invitación era clara: la sanación de la herida de desconexión espiritual solo podía darse a través de una modulación consciente. Ser emisores requería un ajuste fino de la máscara, pero la receptividad implicaba un descenso en la herida misma, un proceso que demandaba una transición diagonal hacia el Cuadrante#2. Allí, la “Armonía” y la “Perfección” esperaban su integración.
El ritual comenzó. Ocho figuras, con ojos cerrados y manos extendidas, evocaban la ley del espejo #4, donde la sombra del otro revelaba lo oculto en el sí mismo. Raúl dirigía el tránsito energético, guiando la combinación precisa: adrenalina para la acción de la etiqueta_3 "Armonía", melatonina para el reposo de la etiqueta_4 "Perfección".
En ese instante, la Carrera de la Virgen se convirtió en un portal donde lo reprimido emergía, donde lo juzgado se transformaba en revelación. La máscara de desconexión espiritual ya no era una barrera, sino un puente. Lo que antes separaba, ahora unía.
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