El aire matutino de la Calle Duquesa se impregnaba de una tensión silenciosa, casi sagrada. Eran las diez de la mañana y, como lo dictaba la lógica panóptica, el poeta Raúl Ximénez hizo su primera observación: "Es martes, chakra yin. Nuestra franja horaria es yang. Nos corresponde el cuadrante #2. Ya sabéis si hubiera sido el cuadrante#1 le hubiera correspondido la primera ley del espejo, es decir, hay una correspondencia entre los cuatro cuadrantes del disco panóptico y las cuatro leyes del espejo."
Diez personas chakra, cada una con su herida de abandono anclada en lo más profundo de su ser, tomaron asiento en el círculo del centro socio-cultural. Frente a ellos, el Disco Panóptico relucía en su complejidad geométrica, un mapa que les permitiría ver el reflejo de su conflicto interno.
Ximénez trazó con firmeza la línea del proceso: "La Segunda Ley del Espejo rige este cuadrante. Lo que nos juzgan y critican los demás es un eco de nuestro propio ser. Hoy trabajaremos la sanación desde dentro, porque el abandono no es la ausencia del otro, sino la desconexión de uno mismo."
El espacio se llenó de miradas introspectivas, de recuerdos enterrados y emociones a punto de emerger. La sanación comenzaba, no en la resistencia, sino en la aceptación.
A medida que avanzaban en el proceso, las máscaras caían. La verdad, reflejada en los otros, era un espejo implacable. Y, sin embargo, entre lágrimas y revelaciones, la transformación sucedía. El chakra analógico sacro 2.0 pulsaba con fuerza renovada.
Raúl para implementar su discurso definió a Morphosland Granada como un artificio panóptico para explorar el alma humana a través del juego y la experiencia sensorial. Acto seguido puso un ejemplo: en el que cada uno de los asistentes representaba un plano-chakra, y juntos abordarían el significado de las siete heridas emocionales, una para cada día de la semana, una para cada energía que se alojaba en su interior.
Raúl, de gesto pausado y voz firme, comenzó su explicación:
—La herida no es simplemente una marca en la piel o en la memoria, sino un depósito de energía que no encuentra salida. Si la miramos con ojos de física, podríamos verla como capacitancia, es decir, aquella propiedad que almacena carga en un campo eléctrico, esperando el momento justo para liberarla. Así ocurre con nuestras emociones: cuando una herida no es procesada, su energía sigue atrapada, generando tensiones, bloqueos, y en ocasiones, nuevas rupturas.
Los asistentes asintieron, algunos cerrando los ojos, sintiendo en su interior el peso de sus propias heridas.
—Pero existe también otro fenómeno adjunto —continuó Raúl—, y es la máscara que elegimos llevar. La máscara protege, filtra, transforma. Y si la traducimos en términos físicos, es inductancia, la capacidad de almacenar energía en un campo magnético. La inductancia - inversa a la capacitancia- se opone al cambio de corriente, tal como nuestras propias máscaras se resisten a soltar lo que creemos que nos define. Es la tensión entre lo que mostramos y lo que ocultamos. Siguiendo con la analogía de la herida ligada a la capacitancia y la máscara ligada a la inductancia, y dado que son propiedades "inversas", esto, en el contexto panóptico, implica un principio de incertidumbre entre la herida y la máscara, por el cual, cuanto mayor es la certeza sobre la herida mayor es la incertidumbre sobre la máscara, y viceversa.
Hubo un murmullo de acuerdo entre los asistentes. La metáfora tomaba forma en sus mentes.
—En la panóptica —prosiguió Raúl—, estos principios juegan un papel crucial. La herida es la fractura en la percepción, la interrupción en el flujo de información. La máscara, por su parte, se convierte en el filtro que modula la manera en que recibimos la realidad, lo que dejamos entrar y lo que decidimos ignorar.
Mientras hablaba, la atmósfera en la sala parecía volverse más densa, más significativa. Era como si, por primera vez, cada persona allí reunida entendiera que sus heridas no eran simplemente cicatrices del pasado, sino puertas hacia un nuevo equilibrio. Y que sus máscaras no eran enemigos a vencer, sino herramientas que, si se comprendían bien, podían facilitar la sanación.
Morphosland Granada se transformó en un espacio de revelaciones. Las personas-chakras asistentes a la reunión ya no eran los mismos de antes. Ahora eran más completos, más conscientes, más libres de ataduras y condicionamientos.
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